En la década de los 60 del pasado siglo se puso de moda en Estados Unidos una brillante idea para acabar con la acumulación de grandes montañas de neumáticos usados –por entonces, no se sabía qué hacer con ellos–: unidos por cables de nylon o anillas de metal fueron depositados en el fondo del mar con el objetivo de crear arrecifes artificiales que favorecieran la reproducción de la fauna marina –y con ella, la pesca–, la protección o restauración de los ecosistemas y la promoción de actividades recreativas como el buceo. Pero la iniciativa, que pronto traspasó fronteras, ha resultado ser un completo fiasco y ha causado un desastre ecológico. Y ahora toca intentar remediarlo.

Los neumáticos –compuestos de caucho artificial hasta en un 60% y de textiles, acero, plásticos y diferentes compuestos químicos, como azufre o carbono– no están diseñados para asentarse en los fondos marinos y resistir las corrientes. Así, muchos de ellos se han ido desperdigando por los mares: algunos han llegado a las playas y otros se han enganchado en arrecifes naturales; o han sido movidos a mayor distancia mar adentro reduciéndose poco a poco a jirones.

En Florida (EE UU) las barreras hechas con ruedas han destruido los fondos marinos

En su recorrido, las cubiertas de caucho no han conseguido atraer a peces y corales. Es más, en algunos puntos se les relaciona incluso con la desaparición de la vida acuática. En la costa de Fort Lauderdale, en Florida (Estados Unidos), donde en 1972 se arrojaron dos millones de neumáticos por iniciativa del fabricante estadounidense Goodyear, un método que ya se había empleado en otros puntos del país, los neumáticos fueron desplazándose paulatinamente hacia la costa y al toparse con barreras naturales se quedaron varados en ellas provocando la destrucción de hábitats.

Pero, además, las ruedas han resultado no ser tan ‘inertes’ cómo se las consideraba hace medio siglo. “La colonización por parte de las especies marinas nunca se produjo porque los neumáticos usados estaban cubiertos de hidrocarburos y porque su descomposición progresiva libera metales pesados tóxicos para los organismos marinos”, explica el portavoz de la asociación ecologista Robin des Bois, Jacky Bonnemains.

Japón lidera el ranking de volumen de llantas sumergidas con más de 20 millones de metros cúbicos de neumáticos frente a sus costas. Estados Unidos, Malasia, Indonesia e Israel le siguen de cerca. En Europa, Francia lanzó las primeras ruedas en 1968 en Palavas-les-Flots, al sur del país, y les sumó en los años posteriores unos 90.000 metros cúbicos de arrecifes artificiales de este residuo voluminoso en sus costas tanto atlántica como mediterránea –sin contar los asentados en los fondos marinos de los territorios franceses de Ultramar, en el Atlántico, el Índico, el Caribe o el Pacífico–.

Sin embargo, la mayoría de las barreras de llantas de goma llamadas de imitación (de los arrecifes artificiales) que el país galo arrojó al mar están concentradas en la costa del Mediterráneo: 32.000 metros cúbicos en la región de Languedoc-Roussillon y 54.000 en la región Provenza-Alpes-Costa Azul, donde ya han empezado a retirarlas.

 

Restricciones cada vez más duras

 

La recogida de los neumáticos submarinos es una ardua tarea y muy costosa. Francia, bajo la gestión de la Agencia de Áreas Marinas Protegidas, se puso manos a la obra a principios del pasado mayo con un plan piloto. El país vecino ya ha recuperado los primeros 2.500 de las más de 25.000 unidades que en la década de los 80 se tiraron al agua con el objetivo de apoyar la pesca comercial a pequeña escala.

La operación se llevó a cabo durante cinco días en el sureste del país, entre Cannes y Antibes, en plena Costa Azul. Equipos de entre seis y ocho buceadores retiraron las ruedas que yacían a 25 y 35 metros de profundidad uniéndolas para que fueran levantadas por una grúa. Los neumáticos fueron descargados en el puerto pesquero de Marsella para su posterior tratamiento ambiental: proporcionarán material para convertirse en suelos sintéticos (como el césped artificial) o se quemarán como combustible en plantas cementeras. Tras la evaluación sobre la retirada de estas primeras 2.500 ruedas, Francia podría retirar el resto el próximo año.

La recogida de las cubiertas de caucho submarinas es una labor difícil y cara

En Estados Unidos llevan desde principios de siglo luchando contra la amenaza de estos arrecifes artificiales. En Florida, entre los años 2007 y 2009, el Departamento de Protección Ambiental destinó dos millones de dólares (1,8 millones de euros) a extraer casi 62.000 neumáticos. Ahora, con 1,6 millones de dólares (unos 1,4 millones de euros) pretenden retirar más, unos 90.000 en los próximos dos años, y enviarlos para su uso energético a una planta cercana.

La más que demostrada ineficacia de los neumáticos como arrecife artificial ha llevado a las autoridades competentes a desaconsejar el empleo para tal fin de otros objetos obsoletos o de desecho fabricados para otros usos. La colocación de barreras de imitación, que comenzó en Estados Unidos en 1830, está regulada por el Convenio de Londres (1972) sobre la prevención de la contaminación del mar por vertidos de desechos y otras materias, uno de los acuerdos mundiales más antiguos para la protección del medio marino, en vigor desde 1975.

El texto se ha ido actualizando con recomendaciones y restricciones cada vez más duras. El Protocolo de 1996, cuya entrada en vigor se produjo en marzo de 2006, modernizó el convenio prohibiendo todos los vertidos al mar, a excepción de una “lista” con los permitidos como son los buques –previamente extraídos los componentes tóxicos– y plataformas, u otras construcciones como los bloques de hormigón, la estructura más común para crear arrecifes artificiales, que protege los hábitats naturales marinos de las técnicas ilegales de pesca de arrastre. La retirada de los neumáticos supone un paso más en el enorme esfuerzo que queda por hacer para que los océanos dejen de ser los grandes vertederos del ser humano.