La península de Yamal se encuentra al norte del distrito de Yamalia-Nenetsa, una remota región siberiana situada más allá del Círculo Polar Ártico, cubierta de hielo de forma permanente y prácticamente deshabitada. Sus habitantes indígenas no exageraban cuando en lengua nenet la bautizaron como “el fin del mundo”.

Allí, un helicóptero de una empresa gasística descubrió el verano pasado un enorme agujero de 80 metros de ancho y una profundidad indeterminada. En esta zona desierta nadie es capaz de asegurar en qué momento exacto se abrió el agujero, pero sí se sabía con certeza que “aquello” no estaba allí desde siempre. La observación de antiguas imágenes de satélite confirmó la sospecha inicial.

El gas emitido es capaz de atrapar 20 veces más calor que el dióxido de carbono

Rápidamente empezaron a nacer teorías sobre las fuerzas que podrían haber originado semejante movimiento de tierras, entre las que naturalmente no faltaron las versiones conspiracionistas o mágicas, aterrizaje de extraterrestres incluida. La primera causa científica que se barajó fue el impacto de un meteorito. La forma redonda y perfectamente delimitada del cráter hacía pensar en un golpe externo y preciso, pero los restos de la roca espacial no aparecían por ninguna parte.

También se apuntó a algún tipo de consecuencia de las explotaciones de gas que la empresa pública rusa Gazprom inició en la región en 2011. En Yamal se ubican las mayores reservas del país y de allí procede, en realidad, buena parte del gas natural que se consume en Europa. Se encontró un segundo cráter a sólo 10 kilómetros de Bovanenkovo, el mayor campo de gas de la región. Pero tampoco quedaba nada clara la relación entre estas exploraciones y los misteriosos cráteres nunca vistos en otras regiones ricas en hidrocarburos.

Durante los siguientes meses se encontraron nuevos cráteres en Yamal, pero también al norte de la vecina región de Krasnoyarsk. Algunos ya se habían convertido en lagos –lo que podría indicar que son más antiguos– y otros parecían más recientes, y fueron descubiertos vía satélite. Hasta el momento se han encontrado siete grandes agujeros, en algunos casos rodeados de otros más pequeños, pero el científico Vasily Bogoyavlensky, vicedirector del Instituto ruso de Investigación del Gas y el Petróleo, aseguró al periódico local Siberian Times que “probablemente haya muchos más, solamente tenemos que buscarlos”.

Finalmente, el equipo del profesor Bogoyavlensky parece haber desarrollado una teoría definitiva que explicaría el origen de los cráteres y que resulta especialmente sombría para el conjunto del planeta.

¿Misterio resuelto?

Aunque el científico alerta de que “hay que seguir investigando y hacer más trabajo de campo”, cree estar bastante seguro de que se trata de explosiones subterráneas generadas por la ignición de depósitos enterrados de gas metano. Esta teoría tomó fuerza tras las conversaciones con la población local, básicamente formada por pastores de renos de los pueblos nenets y jantis, que le explicaron que habían visto grandes destellos de luz en el cielo y habían notado temblores de tierra.

El gas metano se encuentra almacenado en grandes cantidades bajo la capa de tierra helada que cubre gran parte de Siberia –así como otras áreas árticas en Alaska, Canadá o Noruega– conocida como permafrost. Durante cientos de miles de años, el permafrost del Ártico ha acumulado inmensas reservas de carbono orgánico, y la mayor parte del mismo adopta la forma de este gas.

El fenómeno aceleraría el calentamiento global, convirtiéndolo en irreversible

Ahora, con el calentamiento global, esta capa helada empieza a fundirse, liberando el metano que retenía. En ocasiones, dependiendo de la concentración, el gas puede llegar a ser explosivo. Sería entonces cuando se generarían los misteriosos cráteres. Pero en la mayoría de los casos el gas se libera a la atmósfera de forma invisible y silenciosa. Bogoyavlensky, señala precisamente estas emisiones como el gran riesgo que impide a los investigadores descender por los pozos, ya que “no se sabe cuándo se producen, pueden darse en cualquier momento y convertirse en un serio peligro para los científicos”.

Aunque la prensa rusa se ha preocupado principalmente por sus posibles consecuencias para la industria gasística, de confirmarse la teoría de Bogoyavlensky, los cráteres de Yamal no sólo serían una consecuencia del calentamiento global, sino que, a su vez, se convertirían en un agente agravante del mismo.

El gas metano que se está liberando en Siberia es capaz de atrapar 20 veces más calor que el dióxido de carbono. Así, no sólo se aceleraría el calentamiento global, sino que éste se convertiría en irreversible ya que, una vez desencadenado el fenómeno, no existe ningún tipo de acción humana capaz de evitar esas emisiones y frenar la elevación de las temperaturas que provocarán.

Y esto podría ser sólo el principio. La verdadera gran bolsa de metano se encuentra retenida por el permafrost submarino que cubre el fondo de los mares árticos y antárticos. El calentamiento de las aguas de los océanos está empezando a afectar también a esta capa y a principios de la década se descubrió que ya se estaban liberando enormes cantidades de metano en la Plataforma de Siberia Oriental, una área marina de dos millones de kilómetros cuadrados bajo la que abunda este gas. Su liberación masiva puede ocasionar un cambio brusco de las temperaturas, de proporciones mucho más extremas de lo que se ha augurado hasta el momento. Una amenaza silenciosa y terrible para el futuro de la vida en la Tierra.