Para las marcas, las ventas están por encima de todo. Por ello, siguiendo estrictas estrategias de marketing, utilizan colores llamativos en los envoltorios de sus productos, en los que aparecen profusamente palabras reclamo como natural, bio, sin azúcar o light. Unas palabras que embaucan rápidamente a los compradores, que la mayoría de las veces no se paran a leer con atención la lista de los ingredientes.

Así, creemos que nos llevamos a la boca una cucharada de crema de bogavante cuando en realidad sólo lleva un 0,5% de concentrado de este marisco, frente a un 5% de camarón; o calamares a la romana que, en lugar de la carne del molusco, son un “producto de la pesca transformado rebozado”, o dulces sin azúcar, pero elaborados con grasas saturadas, tal y como denuncia la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), que ha puesto en marcha una campaña para conseguir un etiquetado correcto y veraz de los alimentos. 

Algunas carnes, lácteos y procesados siguen exentos de indicar su lugar de origen

La Ley del Etiquetado, que entró en vigor el 13 de diciembre del pasado año, obliga a los productores a aportar más información sobre lo que comemos. El Reglamento Europeo ahora vigente sobre la materia (1169/2011) establece que los datos del producto ofrecidos por la marca tienen que ser claros y legibles y deben incluir los ingredientes, los nutrientes y los alérgenos más comunes, que deben aparecer bien visibles y escritos con una tipografía diferenciada. 

La norma también obliga a que en el envoltorio de las carnes frescas de cerdo, ovino, caprino y aves de corral conste su origen –hasta ahora sólo era obligatorio indicarlo en el vacuno, como consecuencia de la crisis de las vacas locas–. Pero esta medida descafeinada deja fuera a las carnes de otros animales como el caballo, el conejo o las presas de caza, la leche y sus derivados y los productos procesados.

“Un alto porcentaje de carne puede entrar en Europa congelada y procedente de países como China, Brasil o Tailandia. Está destinada a productos como nuggets de pollo, salchichas o platos preparados. Por ello también consideramos prioritaria esta información”, denuncia la OCU.

Tras una campaña de la Organización de Consumidores Europea (BEUC), el Parlamento Europeo votó en febrero a favor de mencionar el origen de la carne en el etiquetado sin importar el origen animal, ni si es fresca o procesada. Ahora, se está a la espera de saber si el Consejo Europeo ratifica o no la medida.

La BEUC también recuerda que la gran mayoría de los ciudadanos quiere conocer el origen de la leche y sus derivados que forman parte de su dieta diaria: un 77% de los consumidores europeos quiere saber dónde se elaboran los lácteos y un 68%, en qué país se ordeñaron las vacas, según datos del Eurobarómetro

Más responsables y solidarios

Se trata de unos porcentajes similares a aquellos en los que se mueve la población española. El perfil del consumidor nacional ha cambiado en los últimos años, sobre todo, a raíz del estallido de la crisis económica y social en 2007. Según un estudio encargado por las asociaciones de consumidores y la cadena de supermercados Mercadona, ahora es más eficiente y exigente, más solidario y responsable, se encuentra más preocupado por su salud y trata de estar más informado. Además, muchos, cada vez más, guían sus decisiones de compra por criterios éticos

Según la legislación europea, a partir de diciembre de 2016, las etiquetas de los productos también deberán mostrar una tabla nutricional en la que constará su valor energético, las grasas, las grasas saturadas, los hidratos de carbono, los azúcares, las proteínas y la sal. Esta información deberá ir en la parte posterior del envase y hará referencia al contenido por cada 100 gramos o mililitros, para permitir una fácil comparación entre los diferentes productores.

Sin embargo, algunos alimentos quedaran exentos de incluir esta información nutricional y sobre los ingredientes: los envases cuya superficie sea inferior a 10 centímetros cuadrados, como un paquete de chicles, y las bebidas alcohólicas, que en cambio sí deberán indicar siempre la presencia de posibles alérgenos, la cantidad neta y la fecha de caducidad.

Una campaña reclama que la letra de las etiquetas tenga por lo menos tres milímetros

Las organizaciones de consumidores coinciden en destacar que la ley es generalmente respetada por las marcas, que no obstante la adaptan para conseguir sus objetivos. Así, aunque no haya fraude ni ilegalidad en ello, emplean una letra minúscula –en algunos casos sólo son legibles con lupa– para poner más complicado el acceso a la información.

Por ello, la OCU pide que el tamaño de la letra de las etiquetas de los alimentos crezca hasta un mínimo de tres milímetros –actualmente está en 1,2 milímetros–, para lo que ha puesto en marcha una campaña de recogida de firmas. También exige que el etiquetado sea claro para que se sepa en todo momento lo que se compra, y que no se destaquen ingredientes que no son los principales.

De momento, la iniciativa ya ha conseguido que Mercadona corrija la etiqueta de sus zumos de granada pues, a pesar de que el nombre del producto podría parecer apuntar a que el 100% del líquido procedía de esta fruta, no era así ni mucho menos: el 35% provenía de membrillo, uva, manzana y zanahoria. 

Asimismo, la campaña anima a denunciar las trampas frecuentes en las etiquetas con el hashtag de Twitter #EtiquetasTrampa. Los consumidores más concienciados ya han empezado a subir a la red social los frecuentes engaños de los envoltorios de los alimentos, que para la OCU “no son errores, son horrores”.