Es otro de los efectos negativos de la globalización. Cada año se transportan por los mares del planeta unos 120 millones de contenedores, según datos de 2013 del Consejo Mundial de Transporte Marítimo (WSC, en sus siglas en inglés), cargados con toda clase de mercancías, de las más necesarias a las más banales, y muchas de ellas ilegales. En este mismo momento, puede haber cinco o seis millones en plena navegación. Y varios miles de esas enormes cajas de acero o aluminio, que pesan en vacío entre dos y cinco toneladas, y cargadas hasta 30, acaban cada año en el fondo del mar.

Las estadísticas del WSC indican que en 2011 se perdieron 1.514 contenedores; en 2012 fueron 958, y en 2013 la cifra se disparó hasta los 5.578, debido principalmente al naufragio del MOL Comfort, un enorme carguero de 300 metros de largo y 86.000 toneladas con bandera de conveniencia de Bahamas que se partió por la mitad en medio del océano Índico, durante su viaje entre Singapur y Yeda (Arabia Saudí). 

Mientras unas fuentes hablan de 733 anuales, otras elevan la cifra hasta los 10.000

Por fortuna, sus 26 tripulantes lograron escapar ilesos, pero el desastre aportó por sí solo el 77% de la cifra de pérdidas de contenedores en el mar de ese año. En el siniestro, el mayor de esta clase en la historia, se perdieron 4.293 unidades. En 2011, del buque griego MV Rena cayeron 900 contenedores en aguas de Nueva Zelanda tras chocar con un arrecife. 

Sin contar con los grandes accidentes que han engordado las cifras de algunos años (como los citados 2011 o 2013), el WSC establece que la media de pérdidas de contenedores en el mar sería de una media de 733 al año. Sin embargo, la Organización Marítima Internacional avala cifras enormemente superiores: habla de hasta 10.000 contenedores depositados en los fondos oceánicos cada año.

Según las estadísticas de la sociedad de análisis de riesgos Lloyd's Register of Shipping, la flota mercante mundial alcanzó a principios de 2014 la friolera de 55.625 barcos (incluyendo cargueros, petroleros, buques tanque de gas y otros), con un desplazamiento total de 1.607 millones de toneladas. De ellos, 4.989 eran portacontenedores, cuya edad media era de 9,9 años.

El tamaño de estos grandes barcos no deja de crecer. Así, mientras en 2013, por primer año, disminuía el número de portacontenedores, en 28 unidades (mientras el conjunto de la flota mercante mundial aumentaba en 766), la capacidad de carga de este segmento naval especializado creció un 4,5%. Los buques más pequeños y viejos son desguazados y sustituidos por gigantes cada vez más masivos.

Pero, como se ve, la relativa modernidad de esta flota de enormes cargueros diseñados para apilar contenedores en sus inmensas cubiertas no la pone totalmente a salvo de accidentes provocados por el estado del mar, colisiones, fallos estructurales de los buques o encallamientos, cuyos efectos se pueden ver agravados o directamente provocados por una deficiente estiba y sujeción de la carga, o por la falta de un pesaje riguroso de la misma antes de su embarque.

A la deriva

Por si ello fuera poco, el número de contenedores que declaran muchos armadores, así como el peso de los mismos, no responde, de forma deliberada, a la realidad. Así, un número difícil de precisar pero formado con seguridad por miles de enormes cajones de acero se han depositado en los fondos marinos en las últimas décadas. Unos pocos, en cambio, flotan a la deriva y acaban en las costas, si no han chocado antes con alguna embarcación causando algún accidente grave y el vertido de su contenido al mar.

En cualquier caso, además de enormes pérdidas económicas (seguramente las únicas que preocupan a las compañías), estos naufragios provocan un serio impacto ambiental, como afirma sin asomo de duda la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA). 

Porque ya hay evidencias de ello. Expertos del Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía de Monterrey (MBARI, en sus siglas en inglés) de California, Estados Unidos, detectaron en 2004 uno de los 24 contenedores que había perdido en febrero de ese año el buque Med Taipei, 15 de ellos en el interior del área protegida del Santuario Marítimo Nacional de la Bahía de Monterrey (MBNMS).

Lo encontraron gracias a un pequeño submarino de control remoto. En 2011, otro equipo envió de nuevo uno de estos robots a evaluar cómo había modificado el enorme armatoste el equilibrio natural de la zona. Los resultados del estudio Deep-sea faunal communities associated with a lost intermodal shipping container in the Monterey Bay National Marine Sanctuary (Comunidades de fauna de las profundidades marinas asociadas con un contenedor marítimo perdido en el MBNMS) fueron publicados el año pasado en la revista Marine Pollution Bulletin.

Lo primero que sorprendió a los científicos fue el escaso deterioro de la caja de metal tras siete años en el fondo del mar. Lo atribuyeron a que el agua muy fría y con escaso oxígeno a esas profundidades la preservó de la corrosión mucho más rápida que habría experimentado en aguas más superficiales.

El metal de sus paredes puede tardar siglos en degradarse en aguas muy profundas

El contenedor se había convertido en una especie de arrecife artificial, al que se habían adherido gusanos de tubo, ostiones, caracoles y tunicados, animales que necesitan de superficies muy sólidas a las que agarrarse. En cambio, esponjas, corales blandos y crinoideos (parientes de las estrellas de mar) que pueblan los arrecifes naturales cercanos no habían colonizado el acero.

Los expertos evalúan dos hipótesis para explicarlo: o, por tratarse de animales de desarrollo muy lento, no habían tenido tiempo de mudarse, o eran sensibles a los efectos posiblemente tóxicos de los materiales utilizados para proteger de la corrosión el acero, que suelen contener entre otras sustancias el zinc.

Así, los autores del estudio concluyeron que la caída del contenedor al fondo había causado cuatro impactos ecológicos directos: había aportado una superficie dura para adherirse a algunos animales, había creado un obstáculo físico que modifica las corrientes locales inferiores, marcó un nuevo punto en el fondo marino que atrajo a los depredadores y se convirtió en una posible fuente de contaminación por sustancias tóxicas.

Según ha comprobado la investigación, los contenedores pueden tardar cientos de años en degradarse completamente en el mar profundo. Y cada año miles de ellos se están acumulando en el fondo de las rutas marítimas más frecuentadas.

Frente a esta desoladora realidad, Josi Taylor, autor principal del artículo, admite que "sólo hemos empezado a caracterizar los posibles impactos a largo plazo de un solo contenedor en una comunidad de alta mar” y que “aunque los efectos de uno solo pueden parecer pequeños, los miles de contenedores perdidos en el fondo del mar cada año podrían llegar a convertirse en una fuente importante de contaminación de los ecosistemas de aguas profundas".