Una persona sana y bien hidratada excreta de 0,8 a 2 litros de orina al día. De 300 a más de 700 litros al año. Lo consideramos un residuo maloliente y desagradable que deseamos perder de vista lo antes posible. Pero, por sorprendente que parezca, su potencial como fuente de energía es enorme. Podría ser una nueva fuente de producción de electricidad más que renovable, inagotable y gratuita. Y una forma de reciclar dicho residuo inevitable.

Lo ha demostrado el primer prototipo del Pee Power Toilet, un inodoro portátil instalado cerca del bar del campus de Bristol de la Universidad del Oeste de Inglaterra (UWE), que es capaz de iluminar el recinto gracias a las micciones de sus usuarios.

La orina que aportan desinteresadamente estudiantes y profesores al experimento sirve para alimentar una célula de combustible microbiana (MFC, en sus siglas en ingles), una especie de batería capaz de generar corriente eléctrica para iluminar espacios cerrados.

La tecnología aprovecha la energía bioquímica que generan microorganismos vivos

El proyecto es el resultado de la colaboración entre investigadores de la universidad inglesa y la ONG de ayuda al desarrollo Oxfam, que confía en que esta tecnología pueda desarrollarse a gran escala y permita dotar de luz artificial a los urinarios de los campamentos de refugiados, que suelen ser lugares oscuros y peligrosos.

Los promotores buscan una solución al problema de que, en las zonas en emergencia, los retretes provisionales no suelan disponer de luz en horas nocturnas, lo que provoca mucha inseguridad e incomodidad, sobre todo a las mujeres.

“Ya hemos probado que esta manera de generar electricidad funciona”, asegura el profesor Ioannis Ieropoulos, responsable de la investigación y director del Centro de BioEnergía de Bristol. “El proyecto con Oxfam podría tener un impacto enorme en los campos de refugiados”, opina.

La tecnología funciona gracias a microorganismos vivos que se nutren de componentes de la orina. Estos seres se hallan en el interior de las células energéticas, que reciben el combustible humano. Una parte de la energía que generan dichas formas de vida para su propia subsistencia y desarrollo es aprovechada por esta tecnología.

“La MFC es, en efecto, un dispositivo que capta una porción de la energía bioquímica usada para el crecimiento microbiano y la convierte directamente en electricidad. Es lo que nosotros llamamos urinotricidad, o energía de la orina”, explica.

Cargar móviles e impulsar vehículos

“Es tan verde como pueda llegar a serlo una tecnología”, añade Ieropoulos. “No necesitamos utilizar combustibles fósiles. Y estamos reciclando un producto de desecho del cual, además, siempre habrá en abundancia”, señala.

El urinario experimental, convenientemente instalado cerca del bar frecuentado por los estudiantes, se asemeja a una letrina como las que se instalan en los campos de refugiados, con el objetivo de hacer el experimento lo más próximo a la realidad posible. El equipamiento que convierte la orina en energía está colocado bajo el sanitario y puede verse a través de una pantalla transparente.

“Oxfam es una organización experta en dotar de instalaciones de saneamiento a zonas de desastre y siempre es un reto llevar luz a áreas inaccesibles, alejadas de suministro eléctrico”, explica Andy Bastable, Responsable de Agua y Saneamiento de la ONG.

Una célula microbiana cuesta tan solo 1,39 euros, y una letrina completa, unos 850

Para Bastable, “esta tecnología supone un enorme paso adelante. Vivir en un campo de refugiados ya es bastante duro de por sí como para añadir la amenaza de ser asaltado en lugares oscuros cuando cae la noche. El potencial de este invento es muy grande y, si se demuestra su efectividad, no sólo Oxfam, sino otras organizaciones van a querer utilizarlo. Y no sólo en campos de refugiados, sino también en los de desplazados” (refugiados internos, acogidos en su mismo país, mucho más numerosos en el mundo que aquéllos).

Tanto Bastable como el profesor Ieropoulos coinciden en que es la vertiente sostenible y barata de este invento, así como la disponibilidad en abundancia del recurso que lo hace funcionar, lo que lo hacen tan práctico para su uso entre organizaciones y agencias internacionales humanitarias.

“Una célula de combustible microbiana cuesta alrededor de una libra (1,39 euros) mientras la letrina que hemos creado para este experimento ha costado alrededor de 600 libras (unos 850 euros), un coste que representa una ventaja añadida y significativa para una tecnología en teoría eterna”, asegura Ieropoulus.

Ésta no es la primera vez que el equipo dirigido por el investigador demuestra el potencial energético de la orina. En 2013, el mismo Centro de Bioenergía de Bristol ya llevó a cabo un experimento exitoso en el que mostró cómo las células microbianas alimentadas con este residuo orgánico pueden generar suficiente electricidad para cargar la batería de un teléfono móvil. Yendo más allá, investigadores de la Universidad de Ohio (Estados Unidos) consiguieron fabricar combustible de hidrógeno para vehículos a partir de la orina humana.