El 14 de marzo de 1980, una pequeña avioneta que sobrevolaba el oeste de Alaska perdió uno de los patines que le permitían aterrizar en pistas heladas, se desequilibró y se precipitó contra el suelo en las proximidades de Shaktoolik, una pequeña aldea esquimal situada a unos 25 kilómetros de las costas del mar de Bering, que separa Asia de América.

Los cuatro ocupantes del aeroplano perdieron la vida en el accidente. Además del piloto norteamericano, viajaban en él los tres miembros de un equipo de televisión española que se desplazaba para rodar un documental sobre la Iditarod Trail Sled Dog Race, la carrera de trineos tirados por perros más importante del mundo.

Ese rincón perdido de Alaska vio morir hace 35 años al primer y más popular divulgador sobre temas de naturaleza que ha conocido el mundo de habla hispana. Félix Rodríguez de la Fuente, un personaje mítico de la historia de la televisión, pero mucho más de la defensa de la fauna y del medio ambiente en general, perdió la vida junto a sus compañeros y amigos el cámara Teodoro Roa y su ayudante Alberto Mariano Huéscar, así como del piloto Warren Dobson.

La serie 'El hombre y la Tierra' alcanzó los 124 capítulos y fue vista en todo el mundo

Pero durante los 52 prolíficos años que vivió, Félix logró acumular un ingente legado de difusión científica y de promoción de los valores del respeto a la naturaleza al que cabe atribuir buena parte de la poca o mucha conciencia ambiental que existe hoy en nuestro país, un concepto prácticamente desconocido en la España de los años 60 del pasado siglo, cuando él inició su actividad divulgativa.

El naturalista es principalmente conocido por dirigir y presentar los primeros programas y series documentales televisivas españolas sobre naturaleza como Félix, el amigo de los animales, Vida salvaje y, sobre todo, el fenómeno El hombre y la Tierra (1973-1980), de la que se rodaron 124 capítulos y que han visto millones de personas en todo el mundo. La rítmica sintonía de El hombre y la Tierra reunía cada semana a las familias españolas ante el televisor y sus escenas consiguieron hacer calar en las conciencias una idea diferente de la relación del ser humano con su entorno.

Pero Rodríguez de la Fuente fue también uno de los fundadores de la Asociación de Defensa de la Naturaleza (Adena), embrión del actual WWF-España, y de la Sociedad Española de Ornitología (SEO-Birdlife), impulsó la protección de espacios naturales emblemáticos como las Hoces del Riaza, las Tablas de Daimiel o la Dehesa del Saler, y se convirtió en el abanderado de la defensa de especies tan denostadas en la España de su tiempo como el buitre negro, las águilas real o imperial, el oso pardo, el lince ibérico y, sobre todo, del lobo, un animal tremendamente impopular que había sido cazado hasta dejarlo a un paso de la extinción (las autoridades llegaban a pagar por matar a todos estos depredadores, considerados animales dañinos).

Cantera de divulgadores

Su ejemplo arrastró a miles de jóvenes hacia el interés y el respeto por la naturaleza. Una encuesta de 1983 revelaba que el 70% de los estudiantes españoles de biología afirmaban haber iniciado la carrera debido a su influencia. Y los campamentos de verano que organizaba en tierras castellanas, por los que pasaron miles y miles de niños y jóvenes españoles, fueron una verdadera cantera de naturalistas y de divulgadores de la naturaleza, entre ellos los hoy conocidos Luis Miguel Domínguez o José Luis Gallego. "Fue la primera experiencia realizada en España de acercar la naturaleza a los más jóvenes", recuerda Carlos de Aguilera Salvetti, otro de los fundadores de Adena.

Asimismo, sus Cuadernos de campo, con apuntes del natural de una notable calidad, y la monumental Enciclopedia Salvat de la Fauna que coordinó se convertirían en parte del decorado de los estantes de decenas de millares de salas de estar en todo el país. En muchas de estas actividades divulgativas trabajaría con algunas de las que hoy son figuras más destacadas de la especialidad, como Miguel Delibes hijo o Joaquín Araujo.

Félix Rodríguez de la Fuente nació en Poza de la Sal (Burgos) en 1928, hijo de un notario. Desde pequeño recibió de su progenitor, que quiso iniciar su formación en casa, un anhelo por explorar la naturaleza que rodeaba la pequeña población castellana. A los 10 años empezó sus estudios reglados como interno en Vitoria, y en 1946 se matriculó en Medicina en Valladolid y, aunque llegó a ejercer como odontólogo en Madrid, a la muerte de su padre abandonó para siempre la atención sanitaria para centrarse en sus verdaderas pasiones: la cetrería y la divulgación científica.

Abanderó la defensa de especies como el lobo, el oso o los buitres, consideradas 'dañinas'

Su actividad como cetrero hizo que un día de 1964 fuera invitado a un programa de Televisión Española, al que acudió acompañado de un halcón. Pronto se convirtió en colaborador de la cadena y empezó a cosechar una gran popularidad pública gracias a sus breves apariciones, en las que entraba en el estudio con un ave rapaz posada sobre su guante de cetrero y hablaba de caza, pesca, animales o actividades en la naturaleza en general. Cuatro años más tarde, disponía ya de su propio espacio, que le hizo saltar definitivamente a la fama.

Siete lustros después de su fallecimiento en Alaska, la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, impulsada por su esposa e hijas, sigue desarrollando una importante tarea de preservación de su legado y de sensibilización en favor de la naturaleza.

“Es preciso que a través de los poderosos medios con que cuenta la sociedad moderna, como la televisión, las grandes revistas y periódicos, las enciclopedias zoológicas y los libros de ciencia o divulgación, hagamos una llamada desesperada y permanente. Respetar nuestro entorno a nivel individual: necesitamos cuidar la Tierra porque se nos está muriendo. Cada planta, cada animal, incluso cada complejo minero, cada paisaje, tienen su razón de ser. No están a nuestro alcance por puro azar o capricho, sino que forman parte de nosotros mismos”, dejó escrito como resumen de la filosofía que animó su vida, prematuramente truncada por la avería en una avioneta en la lejana y helada Alaska.