Cuando el diclofenaco, un antiinflamatorio y analgésico usado en tratamientos veterinarios del ganado, comenzó a usarse en la India, el 99% de la población de buitres del país murió envenenada tras comer la carne de reses muertas. Fue algo catastrófico y entre 1990 y 2000 se produjo la práctica extinción de varias especies de estas rapaces en el subcontinente.

Saltaron las alarmas y las preguntas, hasta que en 2004, en un estudio publicado en la revista Nature, varios investigadores del departamento de Microbiología y Patología Veterinarias de la Universidad de Washington (Estados Unidos) dejaron bien claro que la causa de la debacle no era otra que el diclofenaco: los buitres que se comían los cadáveres de animales tratados con este fármaco padecían fallos renales que causaban su muerte de forma casi inmediata.

Las dimensiones de la catástrofe —40 millones de buitres muertos en apenas 15 años— y la presión de la comunidad científica lograron que, en 2006, varios países asiáticos prohibieran su uso, lo que contribuyó a frenar el terrible declive de las aves carroñeras.

Unos 40 millones de buitres murieron en apenas 15 años en el subcontinente indio

Sin embargo, en España parece que nadie quiere tomar nota del desastre provocado en la India. En marzo de 2013, la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) autorizó la comercialización de dos productos que contienen este antiinflamatorio (Diclovet y Dolofenac) para su uso en la ganadería.

Investigadores de la Universidad de Lleida, la Universidad Miguel Hernández de Elche (Alicante) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), se apresuraron a señalar, en una carta publicada en la revista Conservation Biology, la grave amenaza que estos fármacos suponen para las rapaces y, siguiendo el principio de precaución, urgieron “la inmediata prohibición del uso del diclofenaco para evitar gravísimas consecuencias en las poblaciones de buitres y el funcionamiento de los ecosistemas en España”.

De nada parecen haber servido sus advertencias, y ya se ha confirmado la muerte del primer buitre español intoxicado por otro antiinflamatorio, en este caso el flunixin.

El cuerpo sin vida del animal se encontró en la provincia de Córdoba, cerca de un muladar, uno de esos lugares establecidos para entregar a las carroñeras los cuerpos de reses muertas.

“El cadáver presentaba múltiples lesiones compatibles con una intoxicación de este tipo y la analítica reveló un alto grado de concentración de este fármaco”, explica Irene Zorrilla, investigadora de la Junta de Andalucía. Según su estudio, el medicamento era flunixin, un producto que hasta ahora no se consideraba letal para los buitres.

Con menos de un 1%

“No hay información suficiente. Es evidente que hace falta un estudio más específico sobre cómo actúan estos fármacos en estas especies tan susceptibles y buscar valores más adecuados para las aves expuestas a su ingesta”, defiende Zorrilla, que anuncia un plan de búsqueda activa de restos de fármacos en buitres por parte de la administración andaluza.

Según la responsable del Centro de Análisis de Diagnóstico de la Fauna Silvestre, en Grecia también se han documentado casos de intoxicaciones con flunixin, producto que causó la muerte de un buitre por un fallo renal idéntico al que provoca el diclofenaco.

Ambos medicamentos se usan para tratar dolencias en caballos, cerdos y vacas, según recoge el Boletín Trimestral del Departamento de Medicamentos Veterinarios de la AEMPS, agencia dependiente del Ministerio de Sanidad.

Antoni Margalida, investigador Ramón y Cajal de la Universidad de Lleida, recuerda que España alberga más del 90% de la población europea de aves carroñeras (buitre leonado, buitre negro, alimoche y quebrantahuesos) y que estas especies han prestado durante siglos un servicio esencial a los ecosistemas, al eliminar los cadáveres que podrían constituir focos de infección y enfermedades.

Nuestro país alberga más del 90% de la población europea de aves carroñeras

Margalida no se explica por qué se aprobó el uso del diclofenaco en España e Italia después de haber sido prohibido hace años en otros países, sobre todo, añade, “porque existen productos sustitutivos que no afectan a las aves”.

“No sabíamos que este producto (el flunixin) también suponía un problema para los buitres. Es una novedad científica que añade un riesgo adicional”, lamenta Juan Carlos Atienza, director de Conservación de SEO Birdlife, quien recuerda que el diclofenaco ha demostrado de igual forma su letalidad con las águilas.

El riesgo es muy grave porque no es necesario un uso masivo por parte de los ganaderos para causar un desastre: el estudio sobre lo ocurrido en el subcontinente indio mostró que con menos de un 1% de cadáveres portadores del medicamento bastaba para aniquilar a toda la población de buitres.

Estas aves son tan sensibles al diclofenaco que una pequeña ingesta ya desencadena el fallo renal y, como suelen acudir varias decenas de ejemplares a comer del mismo cadáver, unas pocas reses contaminadas pueden diezmar la población. El caso de Córdoba demuestra que el ganado medicado puede llegar incluso a los muladares y, en lugar de favorecer a las rapaces, exterminarlas.

En este momento, el combate contra el diclofenaco está en el campo de batalla internacional. La Agencia Europea del Medicamento debe emitir el 30 de noviembre su dictamen sobre el riesgo asociado al diclofenaco para que la Comisión Europea tome una decisión informada al respecto. En este contexto, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) escribió al comisario europeo de Sanidad y Consumo, Toni Borg, pidiendo que la Comisión forzara la retirada del diclofenaco del mercado español. El ejemplo de la India debería bastar.