Las lluvias de este verano han traído un otoño con una cantidad inhabitual de setas. Y miles de personas se lanzarán a los bosques los próximos fines de semana, muy especialmente en Cataluña, pero también en muchas otras zonas de la península, para llenar sus cestos de níscalos, boletos, oronjas, trompetas amarillas o setas de cardo. Aunque algunos lo hacen con fines comerciales, la mayoría salen a la caza de setas para disfrutar de un día en la naturaleza y llevar a sus mesas estas pequeñas delicias en forma de sombrillas que emergen de la tierra con la satisfacción añadida de haberlas conseguido por sí mismos.

Junto con la caza y la pesca —practicadas mayoritariamente como deporte, sólo por el placer del acecho y la captura—, el de las setas es uno de los escasos vestigios que quedan en nuestras sociedades tecnológicas de la actividad cazadora-recolectora que proveyó de alimentos a nuestra especie durante cientos de miles de años, y hasta hace apenas unos 10 milenios.

La agroindustria ha cortado todos nuestros vínculos ecológicos con la naturaleza

El descubrimiento de la agricultura y la ganadería en el Neolítico nos convirtió en granjeros sedentarios, y hoy apenas somos visitantes semanales del supermercado de turno, donde adquirimos comida producida de manera industrial, y no siempre tan saludable como debería (contaminación por pesticidas o conservantes, transgénicos, etc.), a cambio de una fracción importante de nuestros recursos económicos. La obtención de la comida por uno mismo la dejamos para algunos reality-shows de supervivencia en la naturaleza que vemos por televisión mientras picamos en el sofá unas patatas fritas.

Frente a este estado de cosas, hay quien aboga por una "independencia alimentaria" que nos libere de la esclavitud de tener que ganar dinero trabajando para poder comer. La solución no es otra que la que se ven forzados a aplicar cada día millones de personas en el mundo en desarrollo, y la que proveyó a nuestros antepasados desde hace un millón de años: cazar, recolectar o cultivar nosotros mismos aquello que ingeriremos.

En Estados Unidos, un país que todavía dispone de enormes espacios salvajes vacíos, empiezan a proliferar iniciativas en este sentido. Jason Akers, hijo de granjeros del centro del estado de Kentucky (Estados Unidos) es uno de los principales defensores de esta forma de vida que nos retrotrae a miles de años atrás (aunque muchos de sus defensores la apliquen utilizando los eficaces artilugios del siglo XXI). Desde pequeño, y junto a sus progenitores, “cazamos, pescamos y caminamos por los bosques en busca de cosas para comer y que hacer”, recuerda.

Escapar de la domesticación

De mayor ha querido compartir las enseñanzas adquiridas en sus blogs The self-sufficient gardener (El jardinero autosuficiente)  y Hunt, gather, grow, eat (Caza, recolecta, cultiva, come). Éste último ha dado título a uno de sus ya numerosos libros, subtitulado Tu guía hacia la independencia alimentaria. En ellos, enseña no sólo cómo capturar animales, recoger vegetales silvestres, criar ganado en casa o cultivar frutas y verduras, sino también cómo cocinarlos, conservarlos y almacenarlos de forma natural.

En su libro El dilema del omnívoro, de 2006, el escritor y periodista Michael Pollan critica con dureza la agroindustria moderna por haber cortado todas nuestras conexiones ecológicas con la naturaleza, defiende la agricultura ecológica de verdad —que ejemplifica en la granja Polyface de Joel Salatin en Virginia— y, en su última parte, reivindica también nuestro legado ancestral de practicar la caza, la búsqueda de setas, la recolección de frutas por los árboles del vecindario o el cultivo de vegetales como un irrenunciable signo de identidad de nuestra especie.

En esta última parte, y con la ayuda de diversos especialistas locales, aprende a cazar jabalíes, recoger setas y marisquear. Y después elabora una ensalada de verduras de su propio jardín, hornea pan usando levaduras salvajes y prepara un postre de cerezas silvestres recogidas en su barrio.

El grupo Coyote Camp, también conocido como The Hoop (El aro), por la ruta nómada indígena circular de este nombre que recorre, liderado por un ex educador social y hoy chamán que se hace llamar Timothy White Eagle (Timothy Águila Blanca), y que tiene la mitad de sangre apache en sus venas, se mueve por los estados de Nevada, Idaho, California y Oregon alimentándose de las piezas de caza menor que abaten sus escopetas y recogiendo bayas, frutos y legumbres silvestres, como arroz salvaje.

Un grupo vive de forma nómada en el Oeste de Estados Unidos cazando para vivir

Formado por personas marginadas por la sociedad de consumo o que decidieron automarginarse de ella, su ideario busca escapar de la "domesticación de la cultura de la dominación" por medio de una “nueva forma de comunicación con la naturaleza”.

En el extremo contrario, la escuela The Hunter Gather Cook ha convertido la búsqueda autosuficiente de alimento en un negocio moderno. En sus cursos dirigidos a aventureros de todo tipo se enseña a sobrevivir en la naturaleza, a construirse un refugio, a encender fuego, a protegerse de las inclemencias del tiempo y, por supuesto, a proveerse de alimentos en un entorno salvaje.

Andrew Zimmern, autor de la serie de documentales televisivos Bizarre foods (Alimentos raros), asegura que se puede aprovechar la carne de los animales salvajes atropellados en la carretera y enseña cómo se pueden elaborar jamones de ciervo o guisar sus lomos e incluso propone recetas con ardillas. Aunque advierte de que “la frescura es fundamental” y que para aprovechar un cadáver “eliminando las partes destruidas” hay que saber con certeza “qué golpeó al animal, cómo y dónde”.

Incluso las malas hierbas del jardín pueden acabar en la cazuela. Lisa Curtis, fundadora de Kuli Kuli Foods, recuerda que los nativos americanos siempre han utilizado los dientes de león como alimento y como medicina, que "la planta es rica en vitaminas A y C" y que "sus hojas jóvenes son un delicioso ingrediente para ensaladas y sándwiches, aderezadas con un poco de jugo de limón y sal”. Las raíces se pueden freír y molidas y tostadas pueden sustituir al café. También la ortiga puede ocupar el sitio de las espinacas en nuestras recetas. No hay más que salir de casa a recogerlas. 

Los interesados en comer en adelante sólo aquello que hayan capturado, arrancado o criado con sus propias manos tienen un amplio abanico de fuentes informativas en la página sobre alimentación natural Natural Hub. Buen provecho.