En España está de moda hablar de “ruinas contemporáneas”. Grandes obras que son homenajes a la megalomanía de sus promotores –normalmente políticos– y el origen de grandes fortunas privadas creadas, a veces, mediante prácticas poco legales.

Los reportajes, documentales y ránquines sobre infraestructuras ruinosas, proyectos abandonados antes de acabarse, grandes equipamientos que han echado el cerrojo proliferan en medio de la crisis que azota el país. Incluso los medios internacionales han acabado convirtiendo en un tópico la imagen de los símbolos del esplendor español desconchados y llenos de polvo. Y ahora, cualquiera al que se le aparezca la oportunidad aprovechará para clamar contra las políticas del derroche y la dependencia de la deuda.

Agentes sociales y políticos, académicos de todas las ramas, tertulianos y columnistas ya han opinado largamente sobre el tema, aunque normalmente se olvida un par de detalles: mientras se construía alegremente prácticamente nadie de ellos alertó sobre los peligros de aquella loca carrera urbanizadora. Y hoy nadie recuerda los pocos héroes –plataformas ciudadanas, colectivos ecologistas y movimientos sociales– que alzaron su voz en solitario y, a menudo, a contracorriente, siendo ninguneados y menospreciados por hacerlo.

Con el coste de la línea Madrid-Sevilla se podría haber modernizado toda la red ferroviaria

Si se tuviera que poner nombre y logo al despropósito constructor de la pasada década, éste sería sin ninguna duda la Alta Velocidad Española (AVE) y su silueta de las alas de un pájaro. Con una red de 2.500 kilómetros, la alta velocidad española es la segunda más extensa del mundo después de China y ha costado hasta hoy 34.000 millones de euros. En su momento, ninguna provincia quería quedarse sin su propia conexión y políticos y medios locales lanzaron agresivas campañas de presión para “traer el AVE”.

El resultado son estaciones con un único pasajero al día (Tardienta, Huesca), 21 (Requena-Utiel, Valencia), 46 (Puente Genil) o 76 (Albacete). En toda la red, en 2012 se trasladaron 12,1 millones de pasajeros. Cabe destacar que la red de cercanías de Barcelona supera los cien millones anuales y esto que se encuentra colapsada y sin inversiones desde hace años, mientras que la de Madrid roza los 200 millones.

Ahora son numerosos los académicos y editoriales que cuestionan el modelo de la alta velocidad, como mínimo parcialmente, pero hace 10 años sólo el movimiento ecologista trató de abrir un debate en favor de una racionalización de la red ferroviaria. Evitar la destrucción de parajes naturales por donde debían pasar las nuevas líneas, la menor eficiencia energética del AVE y la multimillonaria inversión que precisaba la nueva red en relación a su relativa utilidad eran algunos de sus argumentos.

En 1995, el dirigente ambientalista valenciano Vicent Torres resumía en un artículo todos los inconvenientes que presentaba la alta velocidad y prácticamente todos se han cumplido. Pero únicamente ahora son recogidos en los grandes medios. Y ya entonces daba un dato revelador: con el coste de la primera línea de AVE, la Madrid-Sevilla se podría haber modernizado toda la red ferroviaria española.

Aeropuertos y eventos deportivos

Otro de los grandes ejemplos de la locura megalomaníaca que alcanzó España fue la gran proliferación de aeropuertos, hasta el punto que el término aeropuerto fantasma ya es un genérico.

Uno de los más emblemáticos es el de Ciudad Real. Su construcción en una Zona de Especial Protección de Aves (ZEPA) provocó airadas protestas ecologistas, que fueron más allá de la mera ubicación y que directamente cuestionaron la necesidad de un aeropuerto en una ciudad de 70.000 habitantes a 200 kilómetros de Madrid. Por dichas críticas tuvieron que sufrir acusaciones de ser enemigos de la prosperidad de la región.

Con un coste que alcanzó los 1.100 millones de euros en su mejor momento llegó a los 53.000 pasajeros en todo el 2009, pero esta cifra se desplomó cuando dejo de subvencionarse la compañía aérea Vueling para que trabajara allí. Inaugurado en 2008 se cerró en abril de 2012 y desde entonces está en venta sin que nadie se haya interesado.

Políticos y medios ningunearon a los críticos con el circuito de la Fórmula 1

Pero no sólo las grandes infraestructuras inútiles han sido blanco de acusaciones de despilfarro y opacidad en el gasto. Los llamados grandes eventos tuvieron en Valencia su epicentro, donde se convirtieron en el centro de una estrategia de desarrollo estratégico en la que debían ser el motor de la región y atraer turismo e inversiones. A ellos se dedicaron grandes recursos y energías a costa de abandonar otros sectores productivos, como la agricultura, la industria o la innovación, y poner en peligro servicios básicos como la sanidad y la educación. Hoy el País Valenciano se encuentra en la cola de la mayoría de indicadores sociales y económicos.

Uno de estos eventos fue la Fórmula 1, con la construcción del único circuito urbano del mundo junto al de Mónaco, con las lógicas molestias para los vecinos. Aunque el Ayuntamiento y el Gobierno autonómico prometieron que el circuito sería a “coste cero” para las arcas públicas, las cinco ediciones que se celebraron acabaron costando 117 millones de euros solamente en los cánones por el derecho a albergar la carrera. El año pasado se revocó el contrato con la empresa que organiza dicho mundial automovilístico renunciando al proyecto.

En 2008, se creó la plataforma Fórmula Verda, que agrupaba diferentes entidades vecinales, sociales y ecologistas que se oponían, por diferentes motivos, a este evento. Entonces se denunció el exceso de ruido y la violación de la normativa ambiental a la hora de autorizar la carrera, pero también el coste excesivo de las obras.

A pesar de la opacidad de las administraciones, con el tiempo se ha sabido que los cálculos económicos de Fórmula Verda eran bastante ajustados y, también, se han cumplido buena parte de sus predicciones en cuanto a la no rentabilidad social o económica de la inversión.

Aunque, en su momento, políticos y medios ningunearon y criticaron duramente a la citada organización –ya desaparecida– por “dañar la imagen de la Comunidad”, nadie pareció molestarse –más bien respiraron aliviados– cuando el año pasado Valencia dejó de aparecer en los calendarios de Mundial de Fórmula 1.