Desde que la humanidad puebla la Tierra, no ha habido noche en que no haya elevado su mirada para contemplar la Luna, cuyo resplandor reina sobre la oscuridad del firmamento. El satélite, formado a consecuencia de un colosal cataclismo cósmico, cuando un cuerpo del tamaño de Marte se estrelló contra una Tierra en formación, orbita alrededor de nuestro planeta desde hace 4.500 millones de años. Pero lo hace cada vez un poco más lejos. Se aleja irremisiblemente. Y ello tendrá consecuencias muy graves para la supervivencia de la vida tal como la conocemos.

La Luna se aleja de la Tierra en una trayectoria en espiral a un ritmo de 3,78 centímetros por año. Es más o menos la misma velocidad a la que crecen las uñas de las manos. Puede parecer poca cosa pero, en parámetros astronómicos, acumulando esta distancia durante cientos de miles o millones de años, las cifras marean.

Cuando se formó la Luna, su proximidad a la Tierra era mucho mayor que ahora y su presencia en el cielo debía ser tremendamente impactante. “Lo más cerca que la Luna pudo haber estado es aproximadamente 7.300 millas (11.750 km) sobre la superficie terrestre, la vigésima parte de la distancia actual. Si hubiera estado más cerca, las mareas creadas por la Tierra en la Luna la hubieran hecho pedazos, convirtiéndola en un anillo”, afirma Neil F. Comins, profesor de Física en la Universidad de Maine (Estados Unidos).

Las mareas ralentizan la rotación terrestre y permiten que los días sean más largos

Por entonces, el día terrestre duraba unas seis horas, y las mareas provocadas por la Luna en los océanos terrestres eran cientos de veces más altas que las actuales. Se producían cada tres horas y penetraban kilómetros y kilómetros en los continentes, como un brutal tsunami cotidiano. Su tremendo efecto erosionador arrastró a las aguas unos minerales que pudieron contribuir al surgimiento de la vida en el mar.

¿Cómo se puede saber que la Luna se aleja con semejante precisión? Gracias a que diversas misiones espaciales norteamericanas y soviéticas depositaron desde finales de los años 60 sobre la superficie lunar unos espejos reflectores hacia los que se dirige periódicamente un rayo láser que realiza un recorrido de ida y vuelta de 800.000 kilómetros y establece la distancia con un margen de error de tan solo un milímetro.

Y ¿por qué se aleja la Luna de nosotros? El satélite orbita la Tierra debido a la atracción gravitatoria de nuestro planeta. Pero, debido a su enorme masa, la Luna ejerce a su vez un efecto gravitatorio sobre la Tierra, que provoca entre otras consecuencias las mareas.

Éstas tienen lugar porque las aguas de los océanos más cercanos a la Luna se mueven hacia arriba como respuesta a su atracción, hasta que se establece un equilibrio entre la fuerza de atracción de la Luna y la gravedad de la Tierra

Pero, a su vez, la gravedad que genera este abombamiento de la Tierra que provocan las mareas, cuyo movimiento se ve acrecentado por la rotación terrestre (mucho más rápida que la órbita lunar, de un día frente a 29), también afecta a la Luna, acelerando su trayectoria alrededor del planeta.

Fuerza centrífuga

Y es esta aceleración la que está apartando paulatinamente al satélite de nosotros, como consecuencia de la fuerza centrífuga que experimenta al hacerlo cada vez a mayor velocidad. Se trata de una hipótesis que ya aventuró a finales del siglo XIX George Darwin, hijo del creador de la teoría de la evolución, pero que tuvo que esperar durante una centuria a que la tecnología moderna pudiera confirmarla.

Aunque, a un ritmo de unos centímetros anuales, la cosa vaya para largo, llegará un día en que las consecuencias serán drásticas. La acción combinada de la Luna y las mareas constituye un freno para la rotación terrestre, el giro sobre su propio eje que marca el ritmo día/noche. Como las mareas empujan hacia el oeste, al chocar contra las masas continentales frenan el movimiento rotacional terrestre, que se dirige hacia el este.

De hecho, gracias al estudio de las bandas de crecimiento de algunos corales fósiles, se ha podido calcular que el día terrestre se ha alargado 19 horas en estos últimos 4.500 millones de años, a un ritmo de 0,002 segundos por siglo. Es decir, que la Tierra llegó a rotar cuatro veces más deprisa de lo que lo hace hoy.

Sin la presencia de la Luna, solamente el Sol ejercería influencia gravitatoria sobre los océanos, y seguiría habiendo mareas (hoy la estrella es responsable de un tercio del total), y éstas seguirían frenando la rotación terrestre, aunque mucho menos que ahora. Los días se harán cada vez más cortos, con apenas tres horas de sol, que saldrá y se pondrá de una forma frenéticamente rápida. La vida tendrá enormes dificultades para adaptarse al nuevo y fugaz ciclo día/noche.

La gravedad lunar mantiene estable en 23 grados la inclinación del eje planetario

Por otra parte, la gravedad de la Luna contribuye a mantener la inclinación del eje de la Tierra estable, en una media de unos 23 grados. Y a dicha inclinación se deben las actuales estaciones del año. La desestabilización que causará la desaparición de su influencia tendrá consecuencias devastadoras sobre el clima, modificando las actuales estaciones y causando periodos de fríos glaciales y calores abrasadores, además de vientos de una magnitud hoy desconocida. “La Luna es el regulador climático de la Tierra”, afirma el astrónomo francés Jacques Laskar.

Una fluctuación excesiva de la inclinación del eje, como la que experimenta Marte, que carece de satélites de suficiente tamaño para fijarlo y llega a verlo oscilar de 0 a 90 grados, podría acabar con la mayor parte de formas de vida de la Tierra. Según algunos especialistas, una alteración de apenas un grado provocó las primeras grandes migraciones humanas al hacer que el entonces verde y poblado Sáhara se convirtiera en el estéril desierto que hoy conocemos.

Con modificaciones bruscas de la inclinación de decenas de grados, los cambios climáticos serían extremos y la mayoría de animales y plantas no podrían adaptarse a ellos. La temperatura en algunos lugares podría alcanzar los cien grados, por encima de la de ebullición del agua. En comparación, los tremendos efectos previstos por el actual cambio climático causado por las emisiones humanas de CO2 parecerían una broma.

Asimismo, las alteraciones en el magnetismo terrestre afectarían gravemente a numerosos seres vivos. “Cuando el eje comience a oscilar, la vida deberá acomodarse o dejar de existir”, advierte Miguel Gilarte, presidente de la Asociación Astronómica de España y director del Observatorio de Almadén de la Plata (Sevilla).

Y podría haber consecuencias mucho peores e inmediatas. La Luna, cuya superficie está plagada de cráteres, ha protegido a la Tierra de los impactos de numerosos asteroides. Seguramente, su presencia ha evitado al planeta algunas extinciones en masa como las registradas aproximadamente cada cien millones de años desde el surgimiento de la vida.

La última, hace 65 millones de años, se llevó por delante para siempre a los dinosaurios. El alejamiento definitivo de la Luna puede dejar a la Tierra sin ninguna forma viviente que eche de menos su ausencia en el cielo en las noches oscuras.