Muñecas, vaqueros, cochecitos, juegos de mesa y los más modernos artilugios se exhiben ante sus futuros propietarios con más esplendor que nunca durante la Navidad. El consumo de juguetes se dispara en estas fechas: junto con los restantes regalos, representan el mayor desembolso navideño de los españoles después de la alimentación, según datos de la Federación de Usuarios y Consumidores Independientes (FUCI). La patronal del sector confía en que las ventas aumentaran un 1% con respecto a la anterior campaña.

La amplia oferta de artículos para el juego embellecidos con aparatosos embalajes de llamativos colores no deja muchas veces discernir con claridad cuál es la mejor opción de compra. “La elección de un juguete es muy importante, porque un niño está creciendo como persona y jugar, para ellos, es su manera de vivir”, explica Montse Peiron, coordinadora del Centro de Investigación e Información en Consumo (CRIC, por sus siglas en catalán), quien defiende que un juguete “tiene que ayudar al desarrollo del niño potenciando su imaginación, sus habilidades, su aprendizaje, su diversión y su educación”.

En el extremo opuesto a estos valores están los juguetes pasivos, aquellos con los que el niño no interactúa, así como los que fomentan el sexismo y la violencia. Un reciente estudio desarrollado por investigadores de la Universidad Juan Carlos I de Madrid y la de San Antonio de Murcia sobre anuncios de juguetes visualizados durante las tres últimas campañas de Navidad ha concluido que los roles sexistas siguen bien vivos en la publicidad. Los coches y personajes de acción se asocian al sexo masculino, mientras que la belleza y la maternidad mediante las muñecas y sus accesorios se vinculan inequívocamente con las niñas.

Los juguetes suponen el segundo mayor desembolso navideño, tras la comida

Para adquirir el juguete perfecto no sólo hay que fijarse en la apariencia: hay que analizar las materias primas de las que está hecho, los recursos naturales de los que provienen y cómo han sido explotados, el lugar de fabricación, quién lo ha hecho y en qué condiciones. Si lleva a cabo estas reflexiones y se actúa en consonancia con unos valores positivos, el comprador realiza un consumo responsable o consciente y transformador, lo que por supuesto es aplicable no sólo a los juguetes, sino a todos los artículos.

“Es consciente, porque es la persona individualmente quien decide de acuerdo con su conciencia y sus criterios personales”, argumenta Peiron. “Y transformador, porque el último objetivo es alejarse de la sociedad de consumo, ya que es insostenible ambientalmente y consagra una serie de injusticias sociales y, además, no nos satisface como personas”, añade.

¿Qué hace, entonces, un consumidor responsable? En primer lugar, además de valorar si el juguete sirve para ayudar al desarrollo de los más pequeños, debe fijarse en la calidad del artículo, porque si bien la marca CE garantiza que el juguete cumple las normativas de seguridad europeas, no todos los que la llevan, sobre todo aquellos más baratos que copian a las grandes marcas, cumplen con dichos requisitos.

Asimismo, debe ser adecuado para la edad del destinatario. Por ejemplo, y tal como explica la Guia per al consum responsable de joguines (Guía para el consumo responsable de juguetes) publicada por el CRIC y la Red de Consumo Solidario, los regalos adecuados para niños de 3 a 5 años son patines, cuentos para pintar o con poco texto, construcciones y animales de madera y materiales para el juego simbólico, como teléfonos y disfraces.

 

Mejor madera que plástico

 

Es mejor optar por juguetes elaborados con materiales no tóxicos, sostenibles y reciclables. En este sentido, son preferibles los juguetes que no necesitan pilas, porque los metales pesados que éstas contienen son nocivos para la salud, y aquellos comercializados con menos embalaje.

También son mejores opciones la madera, el metal y la ropa al plástico, un derivado del petróleo al que se añaden aditivos químicos y que, una vez convertido en residuo, tarda entre 500 y 1.000 años en desaparecer –tiempo en el que se descompone lentamente en fragmentos cada vez más pequeños y ligeros que se distribuyen y contaminan todos los rincones del planeta–.

Uno de los plásticos más empleados para la fabricación de juguetes es el PVC (policloruro de vinilo). Es muy versátil y existen dos tipos: el rígido y el flexible, que es el que se emplea en artículos como las muñecas y los pequeños Pony. Los objetos de PVC flexible llevan aditivos plastificantes, la gran mayoría de los cuales son ftalatos, unas sustancias que han sido reconocidas por el Comité Científico de Toxicidad, Ecotoxicidad y Medio Ambiente de la Unión Europea (CCTEMA) como altamente dañinas para la salud. Pueden provocar alteraciones del sistema endocrino, daños en el sistema reproductivo, lesiones en el hígado y los riñones e incluso cáncer.

Pasan más toxinas al organismo al presionar el PVC o al ser introducido en la boca, donde actúa como el agua de una esponja húmeda. Por ello, y tras una larga campaña de denuncia de las organizaciones medioambientales, la Unión Europea prohibió en 2005 los juguetes destinados a ser introducidos en la boca de niños menores de tres años que contengan ftalatos, como los sonajeros y los mordedores. 

El juego resulta fundamental para el desarrollo de los niños: es su manera de vivir

Por su parte, el Consejo Internacional de la Industria de Juguetes (ICTI, por sus siglas en inglés), una asociación que representa a la mayoría de los fabricantes del sector de todo el mundo, defiende el uso de este tipo de plástico ya que, según dice, es totalmente “seguro”. “La decisión de la Comisión Europea de prohibir ciertos juguetes infantiles hechos de PVC como medida de precaución es miope, basada en cuestiones políticas, científicamente injustificada y creará una alarma innecesaria entre los padres”, expone en su página web.

La globalización de la sociedad de consumo ha llevado a que la mayor parte de los juguetes sean fabricados en países en vías de desarrollo. Las grandes multinacionales, en su incansable lucha por reducir costes y maximizar los beneficios, acuden a países con mano de obra barata donde las condiciones de trabajo son a menudo pésimas. “La mayoría de las principales marcas, como Mattel, Fisher-Price y Chicco subcontratan la fabricación de los juguetes a talleres del Sureste asiático (sobre todo China) o Centroamérica”, expone la mencionada guía. La misma estrategia siguen las marcas grandes españolas como Famosa, Feber o Goula y los juguetes sin marca y muy baratos –estos últimos, muchas veces no pasan ni tan siquiera inspecciones de calidad–.

Hay algunas excepciones, como la marca catalana Educa Borras, empresa líder en las categorías de juegos de magia, puzzles y educativos, que fabrica el 90% de sus productos en las instalaciones de que dispone en Sant Quirze del Vallés (Barcelona), y Playmobil que, según su página web, produce en Alemania, Malta, Chequia y España.

 

Seguros y de comercio justo

 

“Si el consumidor quiere evitar comprar juguetes hechos con explotación laboral, que no opte por los productos sin marca y muy baratos (que, además, son de pésima calidad) y que no compre las marcas conocidas”, sentencia Peiron. La alternativa pasa por adquirir juguetes de comercio justo, ecológicos o artesanales, como los que se pueden encontrar en la Feria JocJoc, que se celebra cada año en Tona (Barcelona) o en tiendas especializadas. 

Hace un año abrió sus puertas la tienda Monetes, en el municipio madrileño de Rivas-Vaciamadrid, que ofrece productos naturales, artesanales o de pequeños diseñadores y organiza actividades y talleres. “Todos nuestros productos son ecológicos, de comercio justo o provenientes de pequeños productores nacionales, pensados y cuidados al máximo”, afirman las propietarias, Zaida y Jeni.

Las dos jóvenes emprendedoras buscaban dar a conocer que otra forma de producción y consumo es posible. “Apostamos por un juguete diferente porque creemos en la importancia de jugar y en el impacto que el juego tiene en el desarrollo y la vida de todos nosotros”, afirman. “Buscamos y seleccionamos que sean seguros, sin tóxicos y producidos de forma sostenible, intentando así reducir el impacto medioambiental que la producción, fabricación y consumismo actual están causando”, añaden.

Las grandes marcas han trasladado la producción a países de mano de obra barata

Cumpliendo con estas características pueden encontrarse juguetes de madera reciclada decorados con tintes vegetales de soja totalmente libres de tóxicos que los niños pueden llevarse a la boca con total seguridad. También juegos de plástico provenientes de material reciclado y libres de Bisfenol A. Y otros más de cartón, reciclables y duraderos. “Lo que más éxito tiene son desde luego los juguetes de madera. ¡Los más clásicos y sencillos siempre son los que más gustan a los niños!”, han podido constatar.

Optar por los productos de tiendas como Monetes y no por los que ofrecen las multinacionales en los grandes centros comerciales marca la dirección de nuestro futuro, porque al elegir una determinada alternativa colaboramos con todas las actividades que la hacen posible. “Las decisiones individuales contribuyen a transformar el actual modelo social, pero sobre todo suponen decirlo en voz alta: manifestar que queremos consumir de otra manera y que lo hacemos, a pesar de la comodidad del insostenible modelo de la sociedad de consumo”, considera Peiron.

El modelo de producción y consumo imperante se ha puesto más que nunca en entredicho con el estallido de la crisis económica, que ha dejado al desnudo sus peligros y, a la vez, ha aumentado la conciencia sobre la responsabilidad del comprador. “Por descontado que lamentamos las terribles consecuencias que está teniendo a nivel profesional y personal en muchas personas, pero la crisis juega a nuestro favor, porque enseña a no consumir tan desaforadamente”, afirma Peiron.

“De hecho, confiamos en que la recesión ayude realmente a impulsar una transformación hacia otro modelo y que no volvamos a la sociedad de consumo clásica tan individualista y tan perjudicial”, confía. Por el momento, florecen lentamente pero sin pausa iniciativas colectivas y aumenta el número de ciudadanos que se suman a un consumo consciente y transformador. Tal vez no sea demasiado tarde.