Martes por la tarde en el centro social Terra, en el barrio valenciano de Benimaclet. A pesar de su aspecto de bar y centro de actividades culturales, el local se va llenando de cajas de patatas, berenjenas, naranjas y fresas que se van descargando desde diferentes furgonetas aparcadas en doble fila frente al mismo. Algunas personas ejecutan un curioso ritual: se forma una fila de cajas plegables identificadas con un nombre y, gracias a la información proporcionada por una base de datos en un ordenador portátil y algunas hojas impresas, se van llenando las cajas según el pedido que haya hecho cada uno de los nombres que figura en ellos.

Esta tarea la realizan los voluntarios –rotativos– del grupo de consumo Sóc el que menge (en valenciano, Soy lo que como) que una vez a la semana se reúnen en el Terra para recibir los productos directos de la huerta que rodea Valencia y a los consumidores –una treintena de familias vecinas del barrio y socias del grupo– que se acercan hasta el centro social para cargar sus carros de la compra y, en algunos casos, aprovechar para tomarse un café o una cerveza y pasar un rato.

Ésta es sólo una de las centenares de cooperativas de consumo diseminadas por todo el país, un movimiento que organiza los consumidores y los pone en contacto directo con los productores de alimentos para abastecerse de fruta y verdura ecológica, de proximidad, sin intermediarios –con lo que se reducen costes– y garantizando una retribución justa para el agricultor.

La proliferación de estas propuestas se ha acelerado en los últimos meses. La Plataforma per la Sobirania Alimentària del País Valencià (plataforma por la soberanía alimentaria) tiene localizadas 19 en esta comunidad. Según la red Ecoconsum habría 85 en Cataluña –el territorio donde esta propuesta es más antigua y está más desarrollada–, algunas de las cuales serían a su vez redes locales que agruparían a más de un grupo, y el blog madrileño Ecotrendy censó 149 en toda España en 2010. Pero ninguna de estas listas es completa –así, por ejemplo, Sóc el que menge no figura en la valenciana– y es muy probable que el número real duplique o triplique estas cifras.

"A raíz del 15-M ha habido un boom de los grupos de consumo –cuenta Diego Álvarez, participante en Sóc el que menge– ya que son una medida de contestación a algunas de las cosas que se criticaban en los debates de las acampadas". Aunque Sóc el que menge es anterior a este movimiento, Álvarez ha asesorado varias cooperativas nuevas creadas a partir de los núcleos originales de las asambleas de barrio del 15-M.

Sobre las razones de este crecimiento, Álvarez lo tiene claro: "No es por dinero, ya que aunque nuestra cesta de la compra es más barata que si la llenas en una tienda bio, sigue siendo más cara que en una verdulería de barrio o en un super. Detrás de estas organizaciones hay una forma de protesta, una voluntad de cambiar un modelo de consumo cada vez más individualizante por otro más colectivo, donde le puedas poner una cara a quien te cultiva las zanahorias y también a tus vecinos del barrio más allá de preguntar por la vez en la cola de la caja. Si no se entiende esto, no se entiende nada". Además, apunta que el grupo, con sus relaciones humanas y sus actividades culturales y gastronómicas –como las visitas a las fincas de los cultivadores– ofrece unos beneficios que "no se pueden contar en dinero".

Una forma de protesta que cuaja precisamente porque es efectiva, ya que ofrece una alternativa que la gente puede ver –y hasta tocar, oler o saborear– en su cesta de la compra. Una alternativa que implica mejoras para el medio ambiente –no sólo por la reducción del empleo de pesticidas y abonos químicos y el freno a los productos transgénicos, sino también por la mínima distancia que debe cubrir el transporte entre el campo y la mesa– y también un trato más justo con el productor.

Pero Vicente Bordera, presidente de Bioalacant –una de las primeras cooperativas de consumidores valenciana–, comenta que el perfil de sus miembros es "más amplio", y no sólo hay motivaciones éticas o ideológicas. "También los hay que buscan un producto de más calidad, saludable o que llegue a su mesa, directamente del campo, más fresco", explica Vicente.

Tanto Álvarez como Bordera coinciden en destacar el valor de estas iniciativas como herramientas de cambio. Álvarez opina que "pocas asociaciones se limitan a organizar un consumo para sus miembros. En la mayoría de casos hay un trabajo activo de proselitismo: se trata de concienciar a la gente para que conviertan este acto cotidiano, inevitable y normalmente inconsciente que es el consumo en una vía eficaz para cambiar el entorno más inmediato".